martes, 30 de noviembre de 2010

Dodes´ka-den, de Akira Kurosawa




Seguimos con cine japonés y con otro de sus grandes maestros, Akira Kurosawa, en una de sus películas más representativas aunque menos contempladas, Dodeskaden.

Tras los problemas de producción de “Barbaroja”, el director japonés se encontró con grandes dificultades para sacar adelante un nuevo proyecto (Kurosawa no se encontraba precisamente en sus mejores momentos profesionales ni personales). Sin la ayuda de su estrella Toshiro Mifune por su tensa relación, y con una reputación tan baja que muchos decían que no volvería a dirigir más, el realizador se lanza al vacío para recuperar su prestigio perdido y callar algunas bocas.

Rodada en 28 días, la primera película en color de Kurosawa nos narra el viaje de un peculiar maquinista (el joven discapacitado mental Rokuchan) en su tren a un todavía más peculiar submundo de Japón, habitado por unos, todavía muchísimo más, peculiares ciudadanos. Asistimos a un pequeño periodo de la vida de los habitantes del barrio: unas lavanderas cotillas, una joven que vende flores de papel, un hombre y su hijo que, viviendo en un coche abandonado imaginan su casa ideal, dos amigos que deciden intercambiarse las mujeres sin que a ninguno (ni a ninguna) parezca importarle… un reparto coral y surrealista que, aunque supondrá una evolución narrativa en su cine, también nos da un retorno a otras obras del director en la línea de “Vivir”, dramas sociales con el tacto y el corazón que Kurosawa sabe dar a estas historias sin que resulten empalagosas, llevándonos de la comedia al drama más terrible en cuestión de segundos, pasando incluso por momentos terroríficos o surrealistas.

Ya desde su primera escena, este film tiene algo que atrapa, es diferente a otras películas del director, aunque perfectamente reconocible como película de Kurosawa con muchos de sus temas recurrentes: el mundo en ruinas, la maldad y la piedad, y su gran amor por la pintura, que se ve perfectamente reflejado en el nuevo elemento narrativo del que dispuso: el color.

Al tener la opción de usar el color por primera vez Kurosawa, que es más pintor que director, lo convierte en un medio de expresar sus ideas y pensamientos. Lo que sería una barriada gris en medio de los escombros de la civilización, el director lo pinta, literalmente, de un montón de colores que invaden toda la pantalla. Hasta la tierra y el cielo están pintados de mil tonos que tanto nos recuerdan a los cuadros del director, usando por primera vez esos fondos pintados que tan populares se hicieron en “Kagemusha”. El resultado es una película que muchas veces parece un cuadro impresionista en movimiento. Cada personaje, cada decorado y escena tiene su color y su luz únicos y característicos, lo que hace que durante el metraje, todo nos parezca siempre nuevo, hermoso, a pesar de la dura realidad de los personajes.

Está claro que hay un antes y un después en el cine de Kurosawa tras esta película. En sus futuros films el modo de narrar del director cambia radicalmente, tocando nuevos temas como el mundo de lo onírico, que desde esta película gana importancia en sus films hasta una de sus últimas obas “Los sueños”. De hecho, al finalizar este film, con el retorno de Rokuchan a su casa, los planos de los dibujos de su cuarto iluminados por mil luces de colores nos invita a sospechar si todos estos habitantes no son más que una ensoñación de locura del joven maquinista.

Todo esto y mucho más, como su puesta en escena tan teatral en ocasiones, tan cinematográfica en otras, las estupendas interpretaciones de los nuevos fichajes de Kurosawa, o el valor positivo y humanista que desprenden cada uno de sus fotogramas, nos regalan en definitiva una película única, maravillosa, que no puedes dejar de ver por su increíble belleza, mucho más innovadora y creativa incluso hoy día que bastantes películas vacías actuales, vendidas como maravillas de modernidad.



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