martes, 19 de abril de 2011

Pompoko, de Isao Takahata







Decir que el estudio Ghibli hace buenas películas cae tan de cajón como decir que el sol emite luz. Aunque Miyazaki es el principal nombre del estudio, Isao Takahata, puede considerarse el segundo en importancia con películas igual de estupendas como “La Tumba de las Luciérnagas”, “Mis Vecinos los Yamada” o esta extraña y estupenda película: “Pompoko”.

Le tenía ganas desde hace tiempo y lo cierto es que cuando la vi el otro día me encontré con algo que no pude entender completamente pero que aún así me encantó y me obligó a investigar un poco más.

Con una fuerte base de la mitología y cultura japonesas (recomiendo a los curiosos investigar sobre los mitos y arte japoneses DESPUÉS de ver la película. El no entenderla hace que sea más fascinante e inesperada), el film nos habla de unos simpáticos Tanuki o mapaches japoneses, que viven bastante plácidamente en su entorno natural. Pero el periodo de crecimiento económico japonés lleva al país a la necesidad de construir nuevas y enormes barriadas para albergar a toda la población, lo que supone la desaparición de los bosques de los Tanuki y su despreocupado modo de vida. Estos deciden plantar cara a los seres humanos, sirviéndose de su habilidad para cambiar de forma, y realizando actos de sabotaje y terror para ahuyentar a los molestos visitantes. La guerra no será fácil porque el enemigo es muy poderoso, pero los Tanuki tienen los huevos bien puestos (mirad la foto y a lo largo de la peli entenderéis porqué. Disney ha debido hacer mucho daño castrando a todos sus animalitos, padre de Bambi incluido) y están dispuestos a dejarse la vida defendiendo lo que es suyo.

Además de ser una película divertidísima, que te tiene todo el rato con una sonrisa en la cara y te provoca alguna que otra lágrima al final, Pompoko es una buena ilustración del proceso de modernización forzosa que tuvieron que vivir los japoneses (y lo cierto es que casi todo el planeta) en la segunda mitad del siglo XX. Los Tanuki, que viven entre los mitos y los dioses vivos, se ven obligados por la maquinaria moderna a desaparecer como tales y a adaptarse al mundo humano, el cual no entienden, ya que va demasiado rápido, y consideran insoportable para cualquiera. Un momento muy bueno para resumir esto además del claro mensaje ecologista de la película es la escena en la que unas diminutas palas excavadoras se van comiendo una hojita como su fueran gusanos mientras los edificios crecen a su alrededor.

Con guiños muy simpáticos pero muy bien seleccionados, podemos ver como por ejemplo algunos adoptan forma humana e intentan “seguir el ritmo” a base de cafeína, pero las ojeras propias de estos animalitos y su poca capacidad de trabajo terminan por delatarles. Otros, la “línea dura” optan por la guerra más convencional, con atentados y sabotajes en toda regla en los que, a pesar de no ver ninguna muerte, el director tampoco nos oculta que los Tanuki matan a algunos seres humanos (y encima los puñeteros no pueden aguantarse la risa cuando guardan el minuto de silencio por sus enemigos caídos).

Resulta muy curiosa la perspectiva tan neutral y reflexiva que tiene esta película. Hubiera sido muy fácil poner a los Tanuki como unos angelitos atacados por unos malvados humanos contaminantes (prefiero no pensar el modo maniqueista en que se habría tratado esta película en Europa o Estados Unidos: esos pobres Tanukis huyendo de un malvado leñador con sierra mecánica que se ríe a carcajadas mientras tala árboles de un solo golpe montado en su camión que expele humo negro sin parar…o algo así fijo). Por el contrario aquí no hay malos ni buenos, tan solo una guerra. Vale que los humanos cogen lo que no es suyo sin preguntar, pero también entendemos que en algún sitio tienen que vivir y que no son conscientes del daño que están haciendo. Los Tanuki no son mala gente pero tampoco son tontos y piensan llegar hasta las últimas consecuencias en su guerra, aunque eso suponga atacar o matar a algunos humanos.

Curiosamente todo se arreglaría si ambos bandos se sentaran a hablar, pero claro ahí está el problema y otro de los temas del film. Los Tanuki saben que no pueden desvelar sus secretos a los humanos por miedo a sus represalias, y los seres humanos hace tiempo que dejaron de creer verdaderamente en lo sobrenatural (aunque según la película los poderes de los Tanuki, dioses mitos y demás sea algo bastante normal y natural).

La desaparición de la creencia humana en lo sobrenatural supone otra muestra de la pérdida del “modo de vida Tanuki” frente a una humanidad que ya no cree en nada que no sea el desarrollo o el dinero (muy bueno el personaje del zorro que ha aprendido a vivir como los humanos y les comenta a los Tanuki las maravillas de vivir como una persona). En un alarde de esfuerzo, magia, maravilla y apariciones terroríficas los Tanuki crean la ilusión de un desfile de monstruos para asustar a los humanos. Estos, al verlo, no solo no se asustan (bueno, solo un poco), sino que terminan creyendo que es publicidad de un nuevo parque de atracciones. La escena del desfile de monstruos está muy bien llevada, fascina tanto al espectador como a los personajes que la están viviendo y supone una invasión maravillosa de lo mítico y lo sobrenatural en la comunidad humana.

Mucho más se podría hablar de la película, sobre todo de los símbolos y mitos que toca, pero lo mejor es que la veáis vosotros mismos y paséis un rato más que divertido.

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