Holly Martins, un
mediocre escritor de novelas del lejano oeste, llega a Viena de la postguerra
invitado por su amigo Harry Lime para trabajar con este en un proyecto. Nada
más llegar descubre que su amigo acaba de morir atropellado y debe acudir al
entierro. En pleno oficio fúnebre el Mayor Calloway, jefe de la policía
británica en Viena, se lo lleva a tomar algo y le informa de que Harry estaba
implicado en el mercado negro, asuntos muy turbios, y que su muerte es sin duda
lo mejor que ha podido pasar. Holly no cree ni una palabra y decide investigar
las causas de la muerte de su amigo, igual que podría suceder en una de sus
novelas baratas.
Sin duda una de las
mejores películas británicas de la historia, El Tercer Hombre resulta un
impresionante ejemplo de cine negro, con todos las convenciones propias del
género pero a la vez suficientes diferencias como para que tenga una
personalidad propia y única.
La introducción del
film ya supone una interesante adaptación de este film noir, género donde el cine
norteamericano ha destacado sobra cualquier otro país, al escenario
europeo de la postguerra. Ese relato en off de Martins mientras vemos la
decadencia de la ciudad bombardeada, sus trapicheos del mercado negro y sus
peligros si no sabes moverte adecuadamente (ese clarificador plano del ¿cuerpo?
flotando en el agua...), convierten a la Viena de la música en la ciudad de
los secretos, el crimen, el peligro y la mentira antes siquiera de que el film
se considere comenzado. Una de las ideas constantes del cine negro supone la
lucha del individuo contra la ciudad, sin duda un personaje más, de la cual no
se puede escapar, y la Viena en ruinas supone un cambio de escenario
interesante y efectivo, apoyado sin duda por la magnífica fotografía de Robert
Krasker (me está costando horrores hacer una selección de planos para poner, todos son demasiado buenos). Los reflejos de la humedad de las calles adoquinadas, las sombras en
la pared que huyen o se escurren peligrosas, los ángulos aberrantes que tanto
ayudan a perfilar la psicología de los personajes y de la propia ciudad en todo
momento... todo con el clásico estilo expresionista del que bebió y aún bebe
prácticamente el cine negro de cualquier época. Una delicia que les valió el
Oscar a la mejor fotografía en 1950.
Y dentro de esta
peligrosa ciudad tenemos la investigación de Martins, que deberá luchar contra
las fuerzas de ocupación, Anna la amante del difunto Harry Lime, y otros tantos
pintorescos personajes, por no hablar del propio Harry Lime en una historia
cuyas tramas se cruzan unas con otras sin parar, cambiando de dirección
constantemente y desconcertando al espectador hasta que los secretos del caso
se revelarán en la segunda mitad del film, cuando el espectador perderá su
inocencia con el resto de los protagonistas. Esta es sin duda otra idea
recurrente en el film noir. El
desencanto de la sociedad estadounidense que se vio reflejado en este tipo de
películas en la época de la postguerra sin duda no era inferior en el viejo
continente. Lo vemos en el film con esas fuerzas de ocupación que registran
casas y deportan a gente, los planos de los ciudadanos escondidos en sus
portales, sospechando unos de otros en lo que ya era la era de la guerra fría…y
por encima de todos ellos, Harry Lime (no voy a extenderme lo grande que es
Orson Welles desde el primer plano en que aparece sonriendo en las sombras,
porque eso lo sabemos todos), que los mira divertido y sardónico desde lo alto.
Muy clarificadora resulta la escena de la noria enorme, o ese plano de Lime
ascendiendo por las ruinas de un edificio para controlar la plaza en medio de
la noche. También la inolvidable música de Anton Karas, que le da un
contrapunto interesantísimo al film y que al concluirlo no podemos evitar
pensar que supone un refuerzo para el punto de vista “divertido y diferente” de
Lime con respecto a todo y a todos.
Resulta curioso
hablando de la noche, que hasta que surge la misteriosa figura del “Tercer
Hombre” que arrastró al Lime agonizante, todos los planos son de la Viena
diurna. El plano inmediatamente siguiente a ser nombrado el misterioso
personaje ya tenemos la ciudad nocturna y peligrosa, que no nos abandonará
hasta el final de la historia, otro recurso clásico inevitable del género.
Y por supuesto hay
que nombrar la impresionante escena final de la persecución en las cloacas de
Viena, todo un prodigio de montaje, fotografía, uso del sonido y generación de
unos espacios cinematográficos laberínticos e intrincados, que personalmente me
recuerdan mucho a las construcciones imposibles de Escher, y suponen un buen
reflejo de la maraña en que se encuentran todos los personajes en el momento
del clímax. Gracias a su perfección técnica, su complejidad narrativa y a
nivel de la psicología de los personajes, da como resultado una de las
secuencias básicas ya no solo del film noir, sino del cine universal (podría
ser la siguiente gota de cine destilado, pero quizás sea demasiado larga).
Sin embargo eso se puede solucionar rápido porque, aunque mucho más se podría
decir de este film británico (el guión supondría un par de párrafos más si hablamos de esta película), mi consejo es que tanto si la habéis visto
como si no, os sentéis un rato a disfrutar de un poco de buen cine negro esta misma tarde, no os arrepentiréis. Y
siempre que podáis, claro está, en una buena pantalla de cine.
Aquí os dejo los títulos de crédito iniciales, que ya de por si son geniales, con la mítica tonadilla del film para abrir boca.
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