domingo, 9 de octubre de 2011

El Tercer Hombre, de Carol Reed


Holly Martins, un mediocre escritor de novelas del lejano oeste, llega a Viena de la postguerra invitado por su amigo Harry Lime para trabajar con este en un proyecto. Nada más llegar descubre que su amigo acaba de morir atropellado y debe acudir al entierro. En pleno oficio fúnebre el Mayor Calloway, jefe de la policía británica en Viena, se lo lleva a tomar algo y le informa de que Harry estaba implicado en el mercado negro, asuntos muy turbios, y que su muerte es sin duda lo mejor que ha podido pasar. Holly no cree ni una palabra y decide investigar las causas de la muerte de su amigo, igual que podría suceder en una de sus novelas baratas.

Sin duda una de las mejores películas británicas de la historia, El Tercer Hombre resulta un impresionante ejemplo de cine negro, con todos las convenciones propias del género pero a la vez suficientes diferencias como para que tenga una personalidad propia y única.

La introducción del film ya supone una interesante adaptación de este film noir, género donde el cine norteamericano ha destacado sobra cualquier otro país, al escenario europeo de la postguerra. Ese relato en off de Martins mientras vemos la decadencia de la ciudad bombardeada, sus trapicheos del mercado negro y sus peligros si no sabes moverte adecuadamente (ese clarificador plano del ¿cuerpo? flotando en el agua...), convierten a la Viena de la música en la ciudad de los secretos, el crimen, el peligro y la mentira antes siquiera de que el film se considere comenzado. Una de las ideas constantes del cine negro supone la lucha del individuo contra la ciudad, sin duda un personaje más, de la cual no se puede escapar, y la Viena en ruinas supone un cambio de escenario interesante y efectivo, apoyado sin duda por la magnífica fotografía de Robert Krasker (me está costando horrores hacer una selección de planos para poner, todos son demasiado buenos). Los reflejos de la humedad de las calles adoquinadas, las sombras en la pared que huyen o se escurren peligrosas, los ángulos aberrantes que tanto ayudan a perfilar la psicología de los personajes y de la propia ciudad en todo momento... todo con el clásico estilo expresionista del que bebió y aún bebe prácticamente el cine negro de cualquier época. Una delicia que les valió el Oscar a la mejor fotografía en 1950.

Y dentro de esta peligrosa ciudad tenemos la investigación de Martins, que deberá luchar contra las fuerzas de ocupación, Anna la amante del difunto Harry Lime, y otros tantos pintorescos personajes, por no hablar del propio Harry Lime en una historia cuyas tramas se cruzan unas con otras sin parar, cambiando de dirección constantemente y desconcertando al espectador hasta que los secretos del caso se revelarán en la segunda mitad del film, cuando el espectador perderá su inocencia con el resto de los protagonistas. Esta es sin duda otra idea recurrente en el film noir. El desencanto de la sociedad estadounidense que se vio reflejado en este tipo de películas en la época de la postguerra sin duda no era inferior en el viejo continente. Lo vemos en el film con esas fuerzas de ocupación que registran casas y deportan a gente, los planos de los ciudadanos escondidos en sus portales, sospechando unos de otros en lo que ya era la era de la guerra fría…y por encima de todos ellos, Harry Lime (no voy a extenderme lo grande que es Orson Welles desde el primer plano en que aparece sonriendo en las sombras, porque eso lo sabemos todos), que los mira divertido y sardónico desde lo alto. Muy clarificadora resulta la escena de la noria enorme, o ese plano de Lime ascendiendo por las ruinas de un edificio para controlar la plaza en medio de la noche. También la inolvidable música de Anton Karas, que le da un contrapunto interesantísimo al film y que al concluirlo no podemos evitar pensar que supone un refuerzo para el punto de vista “divertido y diferente” de Lime con respecto a todo y a todos.

Resulta curioso hablando de la noche, que hasta que surge la misteriosa figura del “Tercer Hombre” que arrastró al Lime agonizante, todos los planos son de la Viena diurna. El plano inmediatamente siguiente a ser nombrado el misterioso personaje ya tenemos la ciudad nocturna y peligrosa, que no nos abandonará hasta el final de la historia, otro recurso clásico inevitable del género.

Y por supuesto hay que nombrar la impresionante escena final de la persecución en las cloacas de Viena, todo un prodigio de montaje, fotografía, uso del sonido y generación de unos espacios cinematográficos laberínticos e intrincados, que personalmente me recuerdan mucho a las construcciones imposibles de Escher, y suponen un buen reflejo de la maraña en que se encuentran todos los personajes en el momento del clímax. Gracias a su perfección técnica, su complejidad narrativa y a nivel de la psicología de los personajes, da como resultado una de las secuencias básicas ya no solo del film noir, sino del cine universal (podría ser la siguiente gota de cine destilado, pero quizás sea demasiado larga).





Sin embargo eso se puede solucionar rápido porque, aunque mucho más se podría decir de este film británico (el guión supondría un par de párrafos más si hablamos de esta película), mi consejo es que tanto si la habéis visto como si no, os sentéis un rato a disfrutar de un poco de buen cine negro esta misma tarde, no os arrepentiréis. Y siempre que podáis, claro está, en una buena pantalla de cine.



Aquí os dejo los títulos de crédito iniciales, que ya de por si son geniales, con la mítica tonadilla del film para abrir boca.


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